Tuve una pequeña discusión con mis padres respecto al viaje. No quería saber nada de ese tal niñito. Y no había nada, nada en el mundo que me hiciera ir con ellos a San Francisco.
El avión partió en la mañana. Después de meditarlo, sin contar los ruegos de mi madre, casi toda la noche, si me llevaba bien con este sujeto tal vez no tendríamos que ser pareja, si fuésemos amigos podríamos fingir una relación o algo por el estilo. No podía creer lo distorsionado que era mi padre.
Llegamos a San Francisco cerca de las 3 de la tarde, la ciudad era tan hermosa como la recordaba. Nos quedamos en un hotel cerca del downtown. Mamá me tuvo que llevar de compras para el esperado evento. No tenía idea de que podía llevar, algunas prendas eran demasiado llamativas, otras muy coloridas, otras atrevidas, y si me gustaba un modelo me quedaba grande o me quedaba pequeño. En un momento casi decidí ir con mis vaqueros y mi camiseta blanca. Cuándo por fortuna Mary encontró un vestido color crema de ensueño, nunca me habían gustado mucho los vestido pero este era perfecto para mí, era simple, elegante, sofisticado y suavecito. Tenía forma de corazón la parte de arriba, que era por dos partes de tela en los pechos que luego se cruzaban hasta la altura de la cintura de forma muy ligera, el vestido me llegaba hasta arriba de la rodilla. Con los zapatos no hubo mucha vuelta que darle, no podía usar tacones, era algo que simplemente estaba fuera de mi alcance, no congeniábamos juntos, como el agua y el aceite. Preferí usar unas sandalias que tenían unos lazos que se amarraban en los talones, no era para nada me estilo, pero eran las más bonitas y sencillas que vi aunque hubiera preferido unas zapatillas pero no lo creí muy conveniente.
El evento comenzaba a las siete de la tarde y mi puntual padre nos comenzó a apurar cerca de las cinco y media. Yo comencé a arreglarme cerca de las seis ya que no me demoraba demasiado, me cambié de ropa, mamá me hizo una trenza francesa de lado y la termino con un tomate desordenado, y por último me maquillé tenuemente, usé un tono marrón medio de sombra en el contorno externo y un lipstick rosa antiguo en los labios. Cuándo nos íbamos, mamá, vestida con un elegante vestido verde olivo y unos tacones altos del mismo color, me colocó un poco de blush anaranjado en las manzanas de las mejillas.
-¿Están listas? –nos llamó papá desde la entrada de nuestra suite.
-Listas. –dijimos las dos yendo hacia la entrada. Papá nos miró sonriendo.
-Se ven hermosas. –dijo mirándonos dulcemente, luego fijó su mirada en mi madre. La miraba como si fuera el radiante sol en una noche oscura o una estrella brillante en plena luz del día, no sabía cómo pero seguían tan enamorados como cuando eran unos adolescentes.
El evento era en el mismo hotel, era un gran salón con una amplia terraza bien decorada. Fui una idiota al terminar aceptando la ida al evento, que iba a hacer ahí, no conocía a nadie y seguramente nadie me querría conocer a mí, no congeniaba muy bien con la gente.
-Papá, no sé si… -me costaba explicarle que me quería ir.
-¿Qué cielo? –me preguntó. Tomé una bocanada de aire.
-Papá yo…
-¡Buenas noches Sr Cooper!, -le habló a un señor apuesto de unos rasgos algo conocidos pero que no pude identificar, tendría unos 45 años. -tengo el honor de presentarle a mi querida esposa Mary –dijo señalando a mamá, él la saludó amablemente pero siendo muy cauto. –y esta es mi hermosa hija Charlotte.
-Buenas noches Sr Cooper. –dije algo tímida dándole la mano.
-Oh, díganme solo Charles, total, aquí somos todos jóvenes. –nos dijo riéndose en la última frase, la cual seguimos.
Después de un largo rato hablando con Charles y su esposa Meredith me di cuenta que eran unas personas muy amigables y educadas y que Charles era una persona muy alegre y optimista. Meredith era más reservada pero no por eso era pesada, al contrario era agradable.
-Charlotte, ¿Cuántos años tienes?
-17 años recién cumplidos. –le respondí al Sr Cooper.
-¡Oh! La misma edad de nuestro querido hijo. –exclamó Meredith.
-¿No me diga? ¿Y cómo es él? –pregunté fingiendo interés.
-Es espléndido querida, tan apuesto e inteligente sin olvidar los simpático que es. –claro, una madre presumiendo siempre ve todo de rosas.
-¿En serio? Qué lástima que no pudo venir. –dijo Mary.
-Oh, no, nada de eso querida. Edmund está por llegar de hecho, allá está. –dijo mirando hacia mi derecha. Esperen… ¿Acaso dijo Edmund? Edmund…Cooper ¡Oh por dios el hijo de Charles y Meredith es Edmund Cooper! No podía ser posible que tuviera tan mala suerte. A lo lejos pude ver a Cooper vestido con una camisa blanca y un terno negro que le quedaba perfecto, ¿CÓMO RAYOS PODÍA PASARME ESTO? No podía ser cualquier miserable chico de este planeta no, tenía que ser el idiotita ese. Se acercó hasta nosotros sin dar muestras de que nos conocíamos. Por su puesto a mí me había comido la lengua el ratón y tenía las orejas rojas.
-John, Mary y Charlotte déjenme presentarles a mi hijo Edmund.
-Mucho gusto señor. –saludó educadamente a mi padre.
-Buenas noches Edmund.-saludó mi madre.
-Buenas noches Sra. Copperfield. –luego, al parecer era mi turno, no sabía si actuar como si no conociera su lamentable existencia o…
-Y tú debes ser la hermosa hija del señor Copperfield, Charlotte. –dijo besando mi mano como lo hacían en las películas antiguas. Me puse más roja que una grana y no solo por la embarazosa situación, también por la rabia que me daba el descaro de Cooper. Traté de comportarme lo mejor que pudiese.
-B-buenas no-no-noches. –tartamudeé. Sentía la vista de mi madre pegada como una lapa a Cooper y a mí. Pero qué rayos, no debería sentirme nervioso, y mucho menos en su presencia.
Luego de que Cooper llegara, papá nos dirigió a la mesa para cenar. No sé cómo se las arregló para sentarme entre el hijo de su tal vez nuevo socio y él.
Todos hablaban animadamente, al parecer los Copperfield con los Cooper se llevaban de maravilla y no tardarían en hacerse buenos amigos, en especial las señoras. Yo permanecí en silencio sin apenas tocar mi comida. Cooper tampoco dijo nada y no iba a ser yo quien rompiera el silencio ese día.
-Entonces… Edmund, ¿en qué escuela estás? –preguntó mi padre intentando entablar una conversación en la que participáramos Cooper y yo.
-Eh, no estudio acá en San Francisco señor.
-Ah, entonces… ¿en dónde estudias? –preguntó John sirviéndose un poco de su rissoto.
-En Portland, Oregon.
Luego de que quedó claro de que íbamos en la misma escuela los señores estaban más que dichosos. No veía la hora de salir corriendo de ese lugar y tampoco veía la hora de pegarle un puñetazo en la preciosa cara que tenía ese idiotita, verá después si le queda tan bonita.
-Por lo visto todos vivimos en Portland y nos vinimos a reunir a San Francisco… -razonó Meredith. – ¡Tengo una estupenda idea! Ya que todos nos llevamos tan bien por qué no van a cenar a nuestra casa este viernes.
Al escuchar aquella terrible blasfemia me atoré con mi jugo de frambuesa. La lástima es que no pude ser muy disimulada y todos en la mesa me miraban, mamá me pegaba suavemente en la espalda mientras Cooper se ahogaba de la risa que luego llegó a fingir una toz, ya que se dieron cuenta.
-Disculpen. –traté de decir. -¿Qué decían?
-¿Te encuentras bien cariño? –me preguntó papá.
-Sí, disculpa Meredith, ¿qué decías? –por favor, por favor que haya escuchado mal.
-Oh, los estaba invitando a cenar el próximo viernes a nuestra casa. –sí, no había escuchado mal. Mis padres intercambiaron una rápida mirada para luego decir su veredicto.
-Con mucho gusto iremos. –respondió mi dulce madre con una sonrisa.
-Entonces brindemos. –dijo Charles levantando su copa de vino. –Por la nueva amistad que hemos hecho y por nuestros maravillosos hijos. –dijo con un doble sentido en la última frase.
Llegamos al hotel luego de las 3 horas más largas de mi vida, mamá se había llevado muy bien con los Cooper y de papá que hablar, les cayó de maravilla.
-¡Qué agradable velada! –exclamó Mary desde el baño mientras se sacaba los aretes.
-¿Agradable? Fue estupenda querida, Meredith es una mujer muy simpática y encantadora, Charles es uno de los hombres más divertido que he visto y su hijo, este, Edmund –no pude evitar morderme el labio inferior para aguantar mi rabia, de tan solo escuchar el nombre de ese sujeto –se ve que es un niño inteligente y bien educado. -¡Baff! –y es bien parecido. –no toleré más y tuve que retirarme de la sala corriendo hacia la habitación donde dormiría, me tiré en la cama, agarré la almohada y la mordí descargando mi ira. No soportaba la idea de que Cooper fuera el muchacho que mi padre quisiera tener casi como nuevo “yerno”. ¿En qué retorcida e injusta dimensión vivía?
-¿Amor? –escuché la voz de mi madre desde la puerta. Trate de componerme, me senté correctamente en la cama y sacudí un poco las arrugas que se hicieron en mi vestido.
-Pasa. –dije ya en una postura decente. Se sentó a mi lado, me miró dulcemente sin decir nada.
-¿Qué? ¿Tengo conejitos cantarines en la cabeza o…?
-Cariño, vengo a hablar contigo sobre algo que tuvo un poco inquieta durante la cena. –Abrí mis ojos como platos. ¿Mamá? ¿Mary Copperfield se había dado cuenta de mi irrevocable odio hacia ese repugnante desgraciado? No entendía, Mary nunca había sido una persona muy suspicaz que digamos. Mis orejas volvieron a enrojecer pero esta vez junto a todo lo que se le llama cara.
-¿Qué te inquietó, mamá? –pregunté fingiendo que buscaba algo en mi bolso para ocultar mi rostro.
-Bueno, Lottie, me inquietaba que, tal vez, tu padre se estuviera confiando demasiado en Charles Cooper, aunque se viera muy simpático y transparente, a veces, las personas se ven de un modo que no son. –me explicó algo apenada y yo la escuché aliviada, bueno, tuve que haber sabido que no se daría cuenta en absoluto.
-No te preocupes, mamá. Yo sé ver cuando una persona miente y cuando no, y, te puedo confesar que había percibido a Meredith algo cínica en un principio pero luego, me di cuenta de que su simpatía se fue haciendo verdadera. Y Charles, se ve que es un tipo transparente y realmente amable. –la tranquilicé. –Tranquila, papá sabe lo que hace. –por más retorcidas y taradas que fueran sus ideas.
-Gracias Lottie. –Me dijo abrazándome serenamente.
-Oye, hablando de la cena… -dijo recordando tocándose la barbilla con el dedo índice de su mano derecha.-te veías algo tensa en la cena. -¡Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
-¿E-enserio? -tartamudeé.
-Sí, te veías algo acalorada, ¿no tendrás fiebre? –dijo tocándome la frente con aire inocente. Bueno, estaba R-O-J-A.
-E-e ta-tal vez… -se me volvía a trabar la lengua al hablar. –Po-por eso, mejor voy a descansar. –dije abriendo la puerta para que se fuera.
-Mi niña, te traeré un paracetamol.
-No, no, no, no. Enserio, solo necesito descansar, ¡BUENAS NOCHES! –dije cerrando la puerta para luego deslizarme en ella mientras daba un sonoro suspiro.
¿En qué instante mi vida se tornó tan complicada?
Al día siguiente por la noche ya me encontraba devuelta en Portland, en casa. Amaba San Francisco pero adoraba aún más estar en mi casa. Odiaba las noches de domingo, era la triste realidad personificada, dando a gritos la llegada de un nuevo lunes. Pero el domingo no era la causa de que estuviera tan disgustada, sino, lo era el castigo que me esperaba para el resto de la semana, por las tardes.
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La jornada escolar no se me hizo lo suficientemente larga como para satisfacerme, por lo menos, no me topé a Cooper a lo largo de la mañana y después del almuerzo. Mis amigos se encontraban bien, Alex y Alison habían ido de camping el fin de semana, Abbie había estado cuidando de Daniel el sábado y el domingo este se encontraba lo suficientemente bien como para salir, por lo tanto, fueron al cine, Ryan, mi futbolista preferido, había terminado con su nueva novia que, no alcancé siquiera a conocer, pero no se le veía triste ni apenado, en absoluto. Por último Bethany al parecer se había peleado con su mejor amigo Scott, por alguna insignificante razón pero al parecer ya lo había solucionado. Luego me tocó hablar a mí, y no mentí, solo omití información, lo único que conté fue que había ido a San Francisco por el fin de semana debido a una repentina celebración de la empresa de mi padre.
Ya la jornada terminada me dirigí a la cafetería del colegio. Las señoras encargadas del aseo ya sabían de nuestro, odiaba tener que conjugar el “nosotros con Cooper, castigo. Pero al parecer no había rastro de ese engendro del mal. Una amable señora media regordeta de tal vez unos 50 años me pasó unos trapos y otros artículos de aseo. Antes de empezar me amarré el cabello con una coleta, luego, al ver que Cooper no se dignó a aparecer comencé sola. La misma señora que me dio los útiles de aseo al verme solita me acompañó y me ofreció su ayuda.
Las otras señoras ya se habían ido.
-Y, ¿Por qué los castigaron? –me preguntó dulcemente la señora que me ayudó, que luego me dijo que se llamaba Melody, Melody Smith.
-Digo, no te vez del tipo de jovencitas y jovencitos que vienen de castigo. –se explicó.
Suspiré y le expliqué lo sucedido con el niño cobardica y el popular y malvado chico.
-Mmm... –se quedó pensando. –Pero tú no tuviste la culpa. –dio de “conclusión”.
-Bueno, la directora no piensa lo mismo. –dije haciendo una mueca.
-Y ese niñito…
-¡Más encima ese imbécil de Cooper no vino! ¡Argh! –la interrumpí. Para que ella luego riera.
-Pero niña, ¡Agradece que no vino ese muchacho! –me alentó.
-¿Ah? –pregunté ahora confundida más que enfurecida como me encontraba antes.
-Piénsalo detenidamente Charlotte. –y lo hice, pero no le veía el lado bueno. La miré confusa. Giró un poco los ojos para luego decirme. -¿No te hubiera molestado más estar en su compañía o acaso la disfrutas? –me preguntó y por alguna extraña razón desconocida mis mejillas se sonrojaron.
-¡Claro que no, Señora Smith! La compañía de ese tonto es lo que menos anhelo. –dije en mi defensa, tal vez demasiado a la defensiva.
-Qué raro cariño, por lo que veo a lo largo del día, más bien durante el almuerzo, la mayoría de las niñas están loquitas por él, y, bueno, es un niño muy apuesto.
-¡Hey! Si que lo adoras, ¿no? -me preguntó divertida.
-Si, claro. -dije irónica. -Lo amo. -dije con una fingida voz de adolescente enamorada. -Sobre todo con lo caballero que fue en San Francisco. -Mascullé en mi mente.
-¿Qué ocurrió en San Francisco? -¿Lo dije en voz alta? ¡Auch!
Luego de decidirme de si le contaba o no, me terminó convenciendo. Le explique todo, lo de San Francisco y lo retorcido que era John.
Al terminar todo le agradecí un montón a Melody, y no solo por ayudarme con la limpieza sino por oírme, al parecer necesitaba desahogarme con alguien, me dio su número por si necesitaba a alguien que me escuchara, y luego me fui con moquín a casa.
2 comentarios:
Me encaantooooo!!:)
Amo tu blogg!!!!!
:D
Sube sube subeee!:D
ame el cap .... ojalá subas pronto, amo a edmund cooper
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