Había una vez una hermosa chica, siempre rodeada de gente, hombres en especial, perfectamente vestida, con ropa de diseñador traída desde las mismas pasarelas de Francia y New York City, carismática y extrovertida, el título de Barbie le quedaría más que corto, tendría que ser algo mucho más importante y/o glamoroso algo cómo la nueva modelo de Channel o la nueva portada de la revista Vogue.
La chica soñada de cualquier muchacho en este egoísta y superficial planeta.
Pero esa, no es mi historia.
-Charlotte, Bailey ha llamado. Preguntaba si podrías cuidar a los gemelos y a Lucy este viernes. ¿Tienes otros planes para la fecha? –me preguntó mamá desde la cocina. Suspiré. Claro, cualquier chica de 17 años recién cumplidos tendría varios planes para un viernes por la noche, pero claro, yo no era ese tipo de chica, aunque mamá sabía que no tenía planes igual preguntaba, por cortesía, creo.
-Claro que no mamá, dile que iré a las 6:30 pm. –dije mientras daba paso a la cocina para servirme un vaso de leche.
-Hija, sabes que no es una obligación, ¿cierto?
-Sí, lo sé.
-Entonces… -suspiró. - Todavía no entiendo por qué trabajas de niñera si no cobras ni esperas una “recompensa”. –me dijo por enésima vez. Era verdad, no cobraba como niñera cuando iba donde los Thorton pero me llevaba tan bien con esos niños y les había tomado un inmenso cariño. Una noche la señora Thorton me pidió que cuidara de ellos porque tenía que hacer un viaje de negocios y no tenía con quien dejar a los niños por unas horas, yo acepté y desde ese día he sido como la hermana grande que los cuida de vez en cuando.
-Mamá, sabes que no me importa ir a cuidar a los niños, son como los hermanos menores y bueno, dos mayores aunque si tengo uno mayor, que nunca tuve. –Eran cinco aunque el mayor Max, ya no vivía en la casa de sus padres, iba a la universidad de Nueva York hace ya dos años junto a mi molestoso querido hermano Justin, extrañaba mucho a Max, éramos amigos desde pequeños, aunque él tuviera la edad de mi hermano éramos muy cercanos, y aunque me costara admitirlo, de hecho, nunca lo admitiría, también extrañaba al tonto de Justin. El que seguía era Frank, él tenía un año más que yo, pero al parecer una vida mucho más sociable y solía estar ocupado y si no era un desastre cuidando a sus hermanos, luego seguía Lucy, ella era una dulzura tenía 9 años, loca y creativa, siempre inventando algo con que divertirse y por último estaban los gemelos de 6 años, estos dos eran polos opuestos, el pequeño Mathew era muy travieso y a veces algo fastidioso pero muy tierno, y por el otro lado Christopher era muy tranquilo e inteligente eso sí, a veces ayudaba a su hermano con algunas travesuras, yo nunca los confundí, por más iguales que sean físicamente.
-Lo sé Lottie, pero es que, casi nunca sales con tus amigos ni a fiestas y siento que con tu padre solemos dejarte sola, ¿por qué no sales este viernes al cine con una de tus amigas o con un chico en vez de cuidar a los chicos?, de seguro Bailey puede arreglárselas. –me preguntó mamá con una sonrisa en sus labios tratando de alentarme.
-Sabes que no me gustan las fiestas y tampoco me gusta mucho salir, pero si te hace feliz podría llamar a Beth o a Abbie para ir de compras o al cine. –traté de sonreír pensando ante tal idea, no me agradaban las compras en absoluto, sólo algunas veces pero estando sola. Aunque hace mucho no tenía una tarde/noche de chicas, tal vez estaría bien hacerle caso a la idea de mi madre.
-Charlotte, tú odias ir de compras… pero bueno, sería genial que salieras a divertirte un rato el viernes. –me dijo sonriendo.
-Síp, pero preferiría el sábado o el domingo, es que extraño a los chicos. –dije haciendo un puchero.
-Ok, ok. –dijo riendo de mi sobreactuado puchero. -Hablando de tus amigas, dijiste Beth o Abbie, ¿Qué hay de Alison y Alex? –Y justo en ese momento sonó el timbre.
-Yo voy. –dije saliendo de la cocina y dirigiéndome a la entrada. No sabía quién podía ser, al abrir la puerta me encontré con dos pares de ojos alegres y emocionados.
-Y entonces, ¿a qué hora fue? –les pregunté a mis amigas.
-A las 3 de la tarde con 16 minutos y cerca de los treinta segundos. –me reí por la manera en que Alex memorizó cada detalle del nacimiento de su nueva hermanita.
-Y al final, ¿cómo la llamaron?
-Anastasia. –respondió esta vez Alison sonriendo pero a la vez rodando los ojos.
-Me alegro, siguen siendo la familia “A” –dije riéndome y ellas me acompañaron con sus contagiosas risas. Y era verdad, eran la familia “A”, su padre se llamaba Andrew, su madre, Adriane y su hermana mayor Amber, luego siguieron las mellizas Alex y Alison, la primera mayor por un minuto y medio, y por último la nueva integrante de la familia, Anastasia, y todos se apellidan al igual que una de mis escritoras favoritas: Austen, por eso decía, la familia “A”.
-¿Y cómo se encuentra su madre? –le preguntó Mary, mamá, a mis amigas, Adriane y mi madre Mary han sido amigas desde que conocí a las mellizas en el jardín de niños.
-Muy bien señora Copperfield. Eso sí, quedó muy agotada después del parto. –respondió Alex.
-Cuando la veas dile que le mando saludos y dale mis disculpas por no ir a verla porque, de hecho, ahora mismo tengo que llegar al aeropuerto para irme a San Francisco, -dijo mirando su reloj. - y por cierto no olviden que odio que me digan señora, díganme Mary, cuantos años llevo diciéndoles lo mismo chicas, me hacen sentir tan vieja.... –dijo soltando un exagerado suspiro.
-¿Ya te vas? –le pregunté algo apenada.
-Sí, pero será solo por tres días lo prometo. –dijo dándome un beso en la frente. Luego se despidió de mis amigas y se fue, las maletas ya las había cargado Edgar, el mayor domo de inglés, al auto en la hora de almuerzo.
Las mellizas me mostraron unas de las 1359 fotos que le habían tomado a la pequeña Anastasia supuse que tuvo que ser Alison, siempre tomaba millones de fotos de todo y no me sorprendió que le tomara casi la misma cantidad de fotos que yo me había tomado en la vida en dos horas a su hermanita.
-Es genial ya no soy la menor. No, no, no, no soy la menor. –cantó haciendo un bailecito con lo cual Alex y yo reímos a carcajadas.
-Ok señorita “ya no soy la menor” nos tenemos que ir a casa. –dijo Alex deteniendo el baile de su hermana.
-Pero Alex estaba en la mejor parte de la coreografía. –dijo y yo no pude evitar reír ante la carita de cordero degollado que puso mi amiga.
-Ali, Alex tiene razón ya son las 7:45 deberían irse a casa.
Nos despedimos y llamé a mi papá para decirle las buenas noches y aproveché de decirle que no se olvidara que mamá ya debería estar llegando a San Francisco.
-Lottie. –gritó Stella desde no sé qué parte de la casa llamándome. –la cena está servida.
Decidí comer en la cocina, el comedor era muy grande y se sentiría muy vacío si comía ahí sola, ya que Stella siempre se negaba a comer ahí.
-Gracias Stella huele bien. –le dije sentándome en la mesa junto a ella, la lasaña napolitana se veía muy bien y olía aún mejor, se me hacía agua la boca.
-De nada cariño, ya puedes empezar. –sin pensarlo dos veces o soplar lo cual pudo haber sido una estupenda opción porque me quemé la lengua, me devoré el primer bocado y salté de la silla agitando las manos, como si fuera a volar.
-¡Se me quemó da dengua! ¡Quema, quema, quema! –grité dando saltitos. Stella se reía de mí dulcemente. Al acabar la quemazón me volví a sentar y me serví un vaso de leche bien fría.
-¿Estás mejor? –me preguntó aún riéndose.
-Sí, gracias. –respondí enfurruñada y sacando otro pedazo de la lasaña pero esta vez lo soplé, lo acerqué levemente a mi boca para saber si estaba igual de caliente o no, y así estuve hasta terminarme mi plato.
-Muchas gracias Stella, estaba de-li-cio-so. –dije felicitándola.
-De nada Lottie. Oye, cuéntame, ¿cómo está Ryan? No ha venido últimamente a verte. –me preguntó mientras recogíamos la mesa. Era verdad, mi mejor amigo no había venido a verme, a la casa por lo menos, hace ya un buen tiempo.
-Sí es cierto, no lo he visto mucho, sólo en algunos recreos pero muy de vez en cuando y en Cálculo.
-¿Podría preguntar por qué? –me dijo ahora, lavando los platos.
-Claro, no estamos peleados o algo por el estilo pero el equipo de fútbol americano de nuestra escuela al parecer irá a las regionales y como es “el segundo al mando” está casi siempre enfocado en los entrenamientos aunque no es lo que quiere en específico, el entrenador ya los tiene cansados, no sé muy bien qué posición tiene pero creo que es un wide receiver o un offensive tackle pero al parecer es el más importante dentro de tal categoría, aparte siendo el mejor amigo del quarterback, le da una gran importancia en esa “jerarquía”. –le expliqué encogiéndome de hombros.
-Ah, eso lo explica. Con que, ¿segundo al mando? –preguntó burlándose de la “elite” de fútbol americano y/o escuela, ya que le dio más popularidad de la que tenía. Nos reímos.
-Ni te imaginas lo molesto que fue estar escuchando cada dos segundos lo “importante que era ahora” o “ahora me vas a tener que respetar” –seguí riendo recordando el día en que lo anunciaron. –se llevó unos buenos golpecitos míos ese día, más bien semana. Stella rió ante eso.
-Bueno agradece algo…
-¿Qué cosa? –pregunté confundida.
-No salió capitán del equipo. –dijo riendo y yo la acompañé.
-Cierto, agradezco que el engreído papanatas de Edmund Cooper haya sido elegido como el capitán del equipo. –dije algo molesta por tener que hablar de ese idiota.
-¿O es mi idea o ese tal Edmund no es muy bien de tu agrado?
-Pues obviamente que no. –respondí moviendo la cabeza en negación. -¿Cómo podría ser de mi agrado una persona que se cree superior a los demás por ser popular, porque sus papás son ricos y/o porque todas las chicas del instituto están coladitas de él? –y era completamente verdad. Todas, y cuando digo, todas son TODAS, las chicas del instituto que están detrás de él de alguna u otra forma, incluso Ali o Alex suspiran de vez en cuando por él, absurdo, lo encontraba absurdo. Por suerte Beth y Abbie no babeaban por él, bueno, Beth lo hizo, pero sólo una vez, cuando el idiotita ese llegó desde San Francisco, a Beth le dejó de gustar en cuanto se dio cuenta de lo egocéntrico y superficial que era.
-¿Lottie? ¿Cariño? ¿Estás ahí? –me preguntó de pronto Stella chasqueando los dedos cerca de mi rostro, me había quedado pegada mirando hacia la nada, me mordía el labio inferior de la rabia mientras pensaba en el estúpido ese.
-Eh, sí –dije no my segura. –Sí. –pude responder con voz firme.
-Ok, ¿vas a querer postre?
Después de terminarme mi pudín de chocolate y darle las buenas noches a Stella, que era para mí mucho más que el ama de llaves de nuestra casa, era como una segunda madre, ella, prácticamente me crío desde los 4 años, mamá dejó de trabajar cuando nací para poder cuidarme hasta que cumplí los tres años, luego volvió a trabajar y me dejó a cuidados de mi abuela por un año y al año siguiente contrató a Stella y ha seguido con nosotros desde ese día.
Papá tiene una de las empresas mineras más exitosa del país, de hecho creía que era la más importante dentro de los Estados Unidos. En cambio, mamá, era una gran vendedora de propiedades, ambos eran exitosos en lo que hacían. Pero al ser tan exitosos suelen tener bastante trabajo, pensándolo bien, no recordaba muy bien cuando fue la última vez que papá se tomó unas semanas de vacaciones.
Subí hasta mi habitación, esta era un poco espaciosa para mi gusto pero era my bonita. Se ubicaba en la parte sureste de la casa y tenía un baño en suite. Las paredes estaban forradas por un bonito mural celeste claro con unos elegantes diseños aterciopelados de un celeste más oscuro que el otro, mi cama de dos plazas se encontraba en medio de la habitación, tenía un respaldo de un metal cuyo nombre no sabía, era negro pero tenía matices dorados, el cobertor de un blanco perfecto cubría las sábanas azul cielo, en la pared continua a la que se apoya la cama está ubicado mi tocador, el tocador es de un blanco desvaído, tenía un aspecto antiguo, al lado izquierdo de la cama tenía un velador que hacía juego con el tocador, en ese mismo lado se encontraba la ventana ahora tapada por las cortinas celestes oscuro, bueno , era un boxwindow, me encantaba, ahí tenía un colchoncito tapado con una mantita blanca acompañado con dos cojines azul cielo, los mismos que tenían mi cama. Solía sentarme con las piernas estiradas y tapándome con la mantita, con un té de manzana con canela y un buen libro en las frías noches de de invierno, aunque, bueno, en Portland, casi todas las noches eran frías.
Decidí acostarme ya que mañana tenía el temido y aborrecido examen de Trigonometría. No podía encontrar una materia que fuera más odiosa que esa.
Dormía plácidamente, hasta que mi hermoso subconsciente, notase el sarcasmo, quiso atormentarme recordándome lo que había ocurrido al término de clases ese mismo día.
Mi peor pesadilla, podía resumirse en dos simples palabras. Edmund. Cooper.
Un chico apuesto, adinerado, inteligente (en sus calificaciones porque yo lo encontraba un tarado), popular, capitán del equipo de fútbol americano…para resumir el prototipo perfecto de cualquier adolescente.
Salvo que yo veía algunos insignificantes -viva el sarcasmo- detalles, los cuales al parecer solo yo veía. Engreído, superficial, odioso, irritante, egocéntrico, orgulloso, poco caballero, inmaduro, arrogante, malcriado, fastidioso... no existían suficientes adjetivos para explicar lo odioso que me resultaba aquel chico.
Yo estaba en la salida del colegio, estaba despidiéndome de mis amigas cuando me acordé de que me había olvidado los libros de Trigonometría en el casillero. Fui a buscarlos, cuando ya me dirigía hacia mi Mini Cooper verde bautizado por mis amigas como moquín, odiaba el estúpido apodo, me encontré con tres cabezas de músculo del equipo de fútbol molestando a un niño uno o dos años menor que yo, le quitaron su bolso y se lo tiraban entre ellos mientras el intentaba quitárselos, me enfurecía lo que hacían.
-¡Hey! –dije en voz alta para que se detuviesen. O se hicieron los sordos o no me escucharon.
-¡Hey, deténganse! -dije más fuerte que antes. Pude reconocer entre los tres a Edmund Cooper gracias a su contextura delgada y musculosa al mismo tiempo, su altura y su pelo castaño.
-¿Por qué? –me preguntó uno de los que no conocía divertido.
-¿Por qué? ¿Acaso te parece correcto molestar a alguien menor que tú? –le pregunté indignada. Los dos desconocidos rieron, ¿cómo se podían reír? Era ridículo. En eso el papanatas de Cooper los hizo callar y estos como sus mascotas le obedecieron.
-¿Quién eres tú para decirnos lo que es correcto? ¿Su mamá? -¡Su mamá! ¿Qué se ha creído?
-Por supuesto que no idiota. –grité acercándome a él. –Solo hay que tener un poquito de cerebro para saber lo que está y no está bien. –se rió mirando hacia otro lado. –Oh, lo siento, se me había olvidado que el capitán del equipo de fútbol no tenía cerebro. –sus amigos se burlaron al ver como lo pisoteaba con mis palabras, no me gustaba ser tan agresiva pero odiaba que se sintiera en derecho de hacer lo que quisiera.
Se acercó a mí muy molesto.
-¿Qué dijiste? –me preguntó con la voz irritada.
-Que sentía haber olvidado que no tenías cerebro. –le dije lentamente como si le estuviera hablando a un discapacitado mental, no sabía cómo nos acercábamos cada vez más. – ¿No me digas que también eres sordo? –dije molestándolo.
-Wow –dijeron sus amigos.
-Haber niñita… -empezó a defenderse. Cuando escuché los pasos de una mujer en tacones, volteamos al mismo tiempo para encontrarnos con la directora.
-Ustedes dos a mi oficina. –dijo con el típico tono de autoridad de una directora. ¿Dos? Me di vuelta y los otros dos amigos de Cooper más el niño que había estado ayudando aún sin conocerlo habían salido pitando. Que coraje.
Nos dirigimos en silencio siguiendo el paso de la directora Campbell. Nunca había ido a su oficina, pero no estuve asustada.
La directora se sentó en la silla de su escritorio.
-Haber chicos, explíquenme que era ese alboroto de allá afuera.
Eso fue suficiente para que Cooper y yo empezáramos a explicar todo desde nuestro punto de vista hablando al mismo tiempo y bastante fuerte, indignados el uno con el otro y obviamente ambos, molestos.
-¡Suficiente! –dijo y ambos nos callamos. –No les entendí casi ninguna palabra, pero de lo que vi allá afuera no me gustó nada. Señor Cooper por lo poco que le entendí a la Señorita Copperfield usted no tenía derecho a molestar a ese niño. –sonreí con suficiencia mientras me mordía el labio inferior y lo miré, él estaba que echaba chispas, justo cuando le iba a replicar a la directora Campbell ella habló.
-No he terminado –dijo levantando un dedo interrumpiéndolo -, tampoco era corrector gritar de esa manera en un recinto escolar Señorita Copperfield, ¿no se dio cuenta del alboroto que hizo?
-Pero –iba a reclamar. Y esta vez me interrumpió a mí. Cooper me miraba divertido, al parecer por mi reacción o tal vez mi rostro.
-Ambos no se comportaron como es debido, no quiero volver a escuchar nada más de ustedes dos, usted Señor Cooper no volverá a molestar a nadie más en esta institución y usted Señorita no volverá a gritar de ese modo aquí en el colegio. Y para que aprendan la lección ambos limpiarán la cafetería por las tardes a partir de la próxima semana, la semana completa.
-¿QUÉ? –gritamos al mismo tiempo.
-No tengo nada más que escuchar ni que decir, pueden retirarse. –Asentimos y nos retiramos en silencio, caminamos a la salida, yo a largas zancadas, directo a mi autito verde mientras maldecía internamente al maldito niñito que ayudé y que ni siquiera me dio las gracias. No nos dijimos nada más y nos subimos a nuestros respectivos autos.