Luego de llegar, finalmente a casa pude ver a mi lindo cochecito estacionado sano y a salvo. Saludé a Stella y a Edgar después de que este último nos ayudara con las bolsas; subí a mi habitación, saqué mis audífonos y mi Ipod, me tiré encima de la cama y puse play a mi lista de reproducción llamada “zipp”, que incluía canciones tipo Coldplay y The Fray. Creí escuchar a Mary gritarme algo desde el primer piso, pero no quería saber nada más acerca de las mil y un ideas que se le venían a la cabeza para tratar de embellecerme. Puse a todo volumen la música hasta que me dolieran los oídos y cerré los ojos.
-Charlotte, Charlotte, ¡Charlotte! – ¿Por qué no me dejaba tranquila? –Vamos cariño, tienes que levantarte.
-No quiero. –gruñí.
-No me interesa, tienes menos de media hora para empezar a funcionar. Te dejé el vestido, los botines y las pulseras en tu baño. Ahora, levántate. –me dijo parándome. –Mueve ese lindo trasero que te di y cámbiate rápido que te arreglaré el cabello.
Me moví “a la velocidad de la luz” hacia el baño y me cambié en silencio. Rayos, el vestido era lindo y todo pero ¿podría ser más desabrigado? Dios, estábamos en Portland no en Los Ángeles. Al bajar las escaleras mi madre me miró con una gran sonrisa, llena de satisfacción. Mi padre mi miró asombrado.
-Te ves bien, Lott. –mi padre, un hombre lleno de palabras.
-Gracias.
-Te dije que se vería adorable, ¿no John? Ahora, corre al baño Lottie, apúrate.
Le hice caso y juntas en el baño sacó una máquina para hacer rulos y como por arte de magia mi cabello, más lacio que el de Barbie, tenía unas hermosas y grandes ondas.
-Mamá, te quedaron hermosas pero… ¿Cuánto crees que durarán? –con el frío, se me bajaría el volumen en un zass.
-De eso no te preocupes. –dijo sonriente. Luego sacó de uno de sus tantos cajones un envase de color dorado que según mi inspección sería un tipo de spray y lo roció por todo mi cabello.
-Cough, cough. –tosí. -¿Qué rayos me pusiste?
-Un spray activador y prolongador de risos. Aparte da un brillo espectacular a tu cabello.
-Estás lista para el comercial, ¿No? –me burlé.
-Jajá. –rió sarcástica.
-Mar-mamá, se nos olvidó algo. –le dije antes de salir.
-¿Crees que no lo había comprado? –me preguntó sacando una bolsa que no había notado que habíamos traído del maletero, que traía un elegante blazer que se veía bien calentito. No dudé de lo muy pindy que se viera porque me ofrecía calor y me lo puse inmediatamente.
-A ti no se te escapa nada.
-Claro que no.
-Bueno chicas, vamos que estamos atrasados. –Ese “atrasados” debía de ser por unos, no sé, ¿28 segundos posiblemente?
Nos fuimos en el Aston Martin de papá. En cuanto subí al auto me di cuenta que no tenía la menor idea de donde quedaba la casa de los Cooper. De lo que había escuchado en el instituto nunca nadie había visitado la casa de los Cooper. Por lo tanto, había varios rumores acerca de esta. Rumores, mitos urbanos, leyendas y demás. Una de ellas era la que Cooper vivía en un inmenso yate, otra de que no tenía hogar (la menos creíble), había otra de que vivía en Newport y viajaba cada noche en su avión privado a casa y la más común, que vivía en una gran mansión. Las leyendas de Edmund Cooper. Entonces… iba a ser la primera chica del instituto en conocer la casa de los Cooper. No me sentía importante, pero me reí sola en la parte trasera del auto imaginándome a las enamoradas y desesperadas chicas que había por él, de saber todo esto me aniquilarían. Y luego pensé en Rebecca Woods, un escalofrío pasó por mi cuerpo, ni pensar lo que esta diría, o… haría. Por lo menos nadie sabía nada de esto. Mirando por la ventana pude notar que no tenía idea de donde estábamos. Algo era seguro, estábamos en la carretera y luego pasamos a adentrarnos en el bosque. ¿Dónde rayos estaba el nido del mal de ese sujeto? Mi curiosidad empezó a aumentar. De pronto, poco a poco una inmensa y moderna casa se asomaba entre tanto verde. Una vez más cerca pude apreciar que de verdad era una hermosa casa. Realmente era una hermosa casa.
Luminosa. En medio de la nada del bosque. Y con unos jardines perfectamente decorados, más bonitos y sofisticados de esos que se ven en las revistas de decoración.
John estacionó el auto al lado de los coches de los Cooper. La inmensa camioneta Toyota del Ken, que solía ver en el instituto, un despampanante descapotable BMW blanco y un… ¡Oh por Dios un Hummer H3 último modelo, en negro! Suponía que ese debía ser de Cooper (el demonio) pero, ¿dos vehículos? O tal vez debía de ser de Charles pero, no me lo imaginaba yendo a reuniones en ese monstruo. Solo al bajarme del auto pude ver al Aston Martin escondido detrás del Hummer. Ok, ese debía de ser de Charles. El dueño del maravilloso Hummer, era un misterio. Nunca fui una experta en autos pero amaba ese monstruo oscuro.
Una vez en la entrada, John estaba a punto de tocar el timbre cuando alguien se adelantó y abrió la puerta de golpe.
-¡Charles, Mary, Charlotte! –dijo Meredith saludándonos efusivamente. He de admitir que me sorprendió un tanto su entusiasmo, la vez que la conocí fui agradable sí, pero no se le veía muy expresiva que digamos.
-¡Bienvenidos a nuestra humilde morada! –apareció Charles. Bastante humilde –agregué para mis adentros. –Pasen, pasen. –nos invitó a pasar.
Pensar que no podía haber nada más lujoso que el exterior de la casa de los Cooper era una tremenda equivocación. El interior era igual o más luminoso que afuera, todo combinaba con el estilo chic y algo vintage de afuera. Las paredes, blancas en su totalidad, estaban acompañadas de modernos cuadros de arte abstracta, cada uno distinto y parecido a los otros. Distintos en las técnicas de pintura, los tamaños y en lo que se interpretaba de cada una pero similares en la gama de sus colores, no se salían entre el amarillo, el naranjo, el rojo y el marrón.
Nos invitaron a sentarnos al salón pero cuando mi trasero estuvo a punto de sentarse en un largo sofá beige, que se veía bastante cómodo, Meredith me llamó.
-¿Charlotte?
-¿Si? –dije parándome derecha.
-Espera un momento querida. –me dijo. -¡Edmund! –respiré hondo. Tenía que comportarme enfrente de todos.
Escuché unos pasos por una escalera, la cual había visto desde la puerta principal. El salón estaba al lado este de la casa.
-Buenas noches. –entró saludando, Cooper traía puesto una camisa ploma arremangada hasta los codos y unos jeans. Luego de saludar formalmente a mis padres, por suerte era educado con algunas personas, luego de acercó a mí, mis manos me sudaban, me estaba mirando tan fijo. ¡Demonios, no debería ponerme nerviosa! No podía darle ese lujo.
-Charlotte. –me saludó con un beso en la mejilla, cuando se acercó pude notar el insoportablemente delicioso aroma que tenía. No sé por qué pero tenía un aspecto divertido.
Me miró de arriba abajo luego de pararse a mi lado con una sonrisa que intentaba ocultar, ¿qué rayos le pasaba a este tipo?
-Edmund. –Asentí irritada. Costó poder pronunciar su nombre completo sin sentir una horrenda sensación, odié eso.
-Hijo, ¿por qué no le muestras a Charlotte nuestra casa? – ¿Era yo o dijo “Charlotte” en vez de “a los Copperfield”?
-Claro. –dijo restándole importancia. –Por acá. –dijo avanzando.
-Permiso. –dije mientras me iba intentando seguir su paso.
Me dirigió a la entrada principal. Y luego comenzó a subir las escaleras, no subí junto a él, por… alguna extraña y desconocida razón mis pies estaban clavados al suelo.
- ¿Qué? ¿No vienes? –me preguntó divertido para luego soltar una risa.
-¿Qué te divierte tanto? –le pregunté subiendo hasta el mismo escalón en el que él estaba.
-Nada. –dijo mirando al frente mientras seguía subiendo, le seguí el paso un escalón debajo de él. Ya arriba en el segundo piso había tres opciones o ibas a la derecha, a la izquierda o caminabas a un pasillo que estaba en el medio con una escalera en el fondo. Cooper partió por la izquierda. Había dos puertas.
-Bueno, acá está nuestra biblioteca. –dijo abriendo la puerta que se encontraba más al oeste de la casa. Se quedó parado en la puerta esperando que entrara yo primero. Ok, eso era raro. Pero no le tomé importancia, en absoluto. La biblioteca que tenían era preciosa. Mejor ordenada que las bibliotecas públicas, y con una cantidad de libros… espeluznante. Quedé maravillada observando los cientos y miles de libros que tenía a mí alrededor. Unos de los tantos libros captaron más mi atención, eran cuatro libros rojos con detalles dorados y de una gran cantidad de hojas. No resistí la idea de tocar uno de ellos, tenía un aspecto antiguo y elegante, de esos que escribían a mano y llevaban oro de verdad en los detalles. Eran de cuero y no eran tan duros como se le veía, de hecho, al tacto, se notaba que eran algo frágiles.
Cooper tosió para llamar la atención.
-Eh… ¿Continuamos?
-Sí. –dije volviéndome a la entrada. Y volteándome nuevamente para darle un último vistazo a esos misteriosos y hermosos libros, preguntándome si alguna vez podría abrir o leer uno.
Cooper cerró la puerta y abrió la otra.
Era una habitación con dos sofás grandes blancos y dos pufs azules que se ubicaban mirando a una enorme pantalla de televisión con una mesa de vidrio entre medio.
-Esta es la sala de cine.
En un rincón había un mini congelador y un microondas. Sentía curiosidad por el microondas y el congelador que se encontraban a un lado pero no le iba a preguntar eso a Cooper.
-El mini congelador y el microondas son para los días de cine, en el congelador siempre habrán bebidas y cosas que se puedan calentar en el microondas. –pareciera que me leyera la mente, asentí. –Mis padres son algo flojos y les molesta estar bajando al primer piso por comida todo el tiempo.- concluyó la explicación.
Siguiendo el “City Tour” Edmund se dirigió al pasillo para subir las escaleras.
-Ehm… ¿No me mostrarás la puerta de la derecha? –pregunté recelosa, muerta por la curiosidad como siempre. Se dibujó una sonrisa torcida en su rostro.
-Ese lugar. –dijo acercándose a mí. –Es un lugar secreto. –decía con la misma sonrisa traviesa. –A sí que… No te atrevas a entrar Copperfield. –me dijo con un dedo en mi barbilla para subirme el rostro y para que lo mirara a los ojos. Sus ojos eran serios pero encanta…-nada ¿En qué momento se dio a entender que podía tocarme? Su cercanía me ponía de un modo extraño, se me nublaba la mente, no pensaba con claridad, me costaba respirar… ¡¿Qué demonios ocurría conmigo?! Abrí la boca para después cerrarla, no estaba lo suficientemente segura de que mi voz sonara completamente normal por lo que me limité a asentir. Volvió a hacer su sonrisa torcida y comenzó a subir las escaleras.
Me quedé como boba parada, luego desperté y comencé a subir las escaleras rápidamente, ya arriba se abría un largo pasillo horizontal. Había cuatro puertas.
Cooper partió por la izquierda otra vez, pero no abrió la primera puerta.
-Aquí. –dijo apuntando la primera puerta. –está la habitación de mis padres, pero partiré por la segunda puerta, la habitación de Miranda. -Al terminar de decir eso tocó dos veces la puerta.
-¿Quién es? –se escuchó la dulce y cantarina de Miranda.
-Soy yo, Miranda. –dijo Cooper.
-Contraseña, por favor. –le pidió su hermana menor. De pronto se le vio complicado.
-Eh… Miranda, no es necesario eso, ¿no? –dijo disgustado. Se escuchó la tierna y aguda risa de Miranda desde el otro lado de la puerta.
-No, no, no, no. Sí, es necesaria. –Cooper arrugó el rostro y se pegó donde estaba la manila de la puerta para decir algo tan bajo que ni yo escuché.
-Lo siento, no escuché nada hermano. –se reía su hermana. Esta chica, ya me agradaba, tenía a su hermano enfadado e impaciente, de hecho, ya se encontraba en la lista de mis mejores amigas. Cooper volvió a decir algo, esta vez más alto que antes pero al igual que antes no pude descifrar que había dicho.
-La tercera es la vencida Ed. Si no hablas alto esta vez… lo siento pero tu entrada y el de la chica que está a tu lado será denegada. –abrí mis ojos de golpe. ¿Cómo sabía que Cooper estaba conmigo?
-Esta me las pagarás enana. –masculló Cooper pero lo dijo tan rápido que no estaba segura si fue eso lo que dijo.
-Osito cariñosito busca pastelitos con corazoncitos. –así que esa era la contraseña. No pude evitar soltar una risotada.
-¡Muy bien! –dijo Miranda y nos abrió la puerta. Una vez abierta la puerta pude ver a una hermosa niña de 8 o 9 años con un hermoso cabello color dorado, el mismo de su madre, y unos grandes y oscuros ojos, parecidos a los de Charles.
-¡Hermano! –Miranda abrazó a su hermano con una ternura que derretiría una pista de hielo completa. Lo impresionante fue ver a Cooper mirarla de una manera tan protectora y cariñosa.
-Enana… -dijo levantándola en sus brazos y depositando un beso en la frente de la niña. Bajó a Miranda y la puso a su lado con tal de que me mirara.
-Miranda, ella es Charlotte Copperfield mi… -claro, con qué terminaría la frase “mi… la chica que odio” o “mi… compañera de ninguna clase” ¿Su qué entonces? Iba a ser algo complicado, ¿Le diría la verdad? ¿O la engañaría como a nuestros padres? Cooper se tupo.
-¿Tú novia, hermano? –preguntó inocentemente Miranda.
-¡No! –gritamos al mismo tiempo, Cooper y yo. No sé por qué sentía la sangre subirme al rostro. Miranda se rió tapándose la boca con las manos.
-No, claro que no Miranda. Ella es… la hija del Señor Copperfield, un amigo de papá.
-Sí, eso soy. Un gusto en conocerte Miranda. –le dije acercándome a ella para saludarla pero, ella se escondió un poco detrás de su hermano.
-Está bien Miranda, ella es… no es una mala persona. –Wow. Qué cumplido.
-No. Está bien. No quiero que la presiones. –le dije a Cooper mientras intenté darle la mejor sonrisa que pude a Miranda.
***********************************************************************************
Próxima entrada, fotos de los autos y casa de los Cooper, y tal vez de Miranda ; )
3 comentarios:
yyy el beso? ¬¬
Wajajaj.. la contraseña... q chiste y q misterioso todo...pero edmund tiene eso q hace amarlo y odiarlo al mismo tiempo ajajajaj
jaja, me encanto la contraseña y la pequeña hermana de edmund.
Publicar un comentario